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martes, 27 de noviembre de 2012

60 minutos.

Un largo día de trabajo. Se había pasado la noche estudiando. Estaba cansada. Dos de la tarde, mira el reloj, hora de salir. El cielo estaba gris, no había que ser muy listo para saber que era cuestión de tiempo que empezara a llover. Baja las escalera hacia la puerta. Sola. No estaban siendo unos buenos días para ella. Una persona inesperada a la salida. Una intensa mirada que estaba significando muchas cosas mientras dos cuerpos quietos estaban indecisos sobre si avanzar hacia la otra persona. Un abrazo. Sonrisas fingidas. Sonrisas de esas que guardan dolor justo en la esquina de la boca y en el centro de los labios presionados. Palabras y una pregunta. ¿Damos un paseo?. Asiente. Él hace ese gesto de tocarse el pelo tan típico en él, de cuando está nervioso y no sabe que hacer o cuando no quiere llevarte la contraria aunque no esté de acuerdo. Más palabras. Cuerpos relajados. Ahora si, sonrisas, sonrisas de complicidad. El inicio de algo. Tal vez volviera a ser como antes, como siempre. Un gesto de duda y un brazo valiente que sale de su espacio personal para invadir el otro. Otro abrazo. Miradas cómplices, perdidas, recordando lo que un día fue... Lo que seguía siendo. Dudas. Las tres de la tarde. Empieza a llover. Hora de marcharse. Lloran. Lágrimas guardadas durante mucho tiempo que necesitaban salir. Dos almas necesitadas, orgullosas, dolidas. Una despedida bajo un portal. Pies y manos frías. Ganas de besar que se quedan en un frustrado intento evaporado entre la lluvia. Abrazo de despedida. Dos palabras, ocho letras. Unos ojos tristes frente a una dulce sonrisa. 




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